Joaquín
Mª Aguirre (UCM)*
César debe morir (Cesare deve morire, Paolo y Vittorio Taviani 2012) no es una
adaptación de Shakespeare al cine, sino de Shakespeare al mundo. No se trata solo de adaptarlo
a una nueva de forma de representación o discurso, sino de la captación de la transformación
paulatina de los seres humanos en su exposición al arte.
El Julio César shakesperiano se realizará esta
vez entre los muros de la cárcel de Rebbibia, en Roma, a cuyos presos se les ofrece la
oportunidad de representarla, para lo que deberán presentarse a la selección
del elenco que habrá de interpretar la obra. Serán los convictos, de cuyo
historial se nos informa en el film, quienes conformarán la totalidad del
reparto.
La idea
de los hermanos Taviani va un paso más allá del magistral montaje de "Marat-Sade"
(1963), de Peter Weiss, dirigido y filmado Peter Brooks en 1967. Aquí no hay
actores profesionales, sino personas que asumen papeles que hacen aflorar en
ellos sentimientos diversos, que se confrontan con sus propias vidas. Quedan,
por decirlo así, expuestos a Shakespeare. Se trata de que sean ellos mismos y se les pide que cada uno
interprete el papel con sus palabras, cada uno en su dialecto. No hay "clasicismo"
alguno que actúe como distanciamiento del papel, se reduce la artificialidad y
todo lo que actúe como separador entre ellos y sus papeles.
No nos
encontramos ante un caso tradicional de "teatro dentro del teatro" o
de "teatro dentro del cine", pues es la continuidad de Arte y Vida lo
que se trata de significar en esta magnífica película —merecedora del Oso de Oro
en Berlín, junto a otros premios y nominaciones— que desborda ambos medios en
su desnudez artística. Nada que ver la película de los Taviani con adaptaciones como la de Joseph L. Mankiewicz,
en las que existe una puesta en escena convencional, la idea de la "gran
obra", que se ha de recrear y a la que todo se supedita.
El
texto conocido se convierte en evocación constante más que en reproducción
mimética, apelando al conocimiento del espectador de la película que vive un
proceso distinto al que vive el espectador de la obra, en este caso los familiares
de los presos que asistirán en la prisión a la representación. Los propios
actores se sorprenderán de la distancia entre los personajes que están viviendo
en sus carnes y las figuras que se les transmitió escolarmente, como ocurre con
Julio César. Ahora, desde dentro, reconocen su grandeza, sin reverencias al
gran arte. Nosotros, espectadores finales, observamos el mundo un escalón por
encima, conocedores del texto y de la Historia, centrados en cómo asumen los
convictos sus papeles.
Hay un
momento extraordinario en la película, al comienzo de la conjura, en el que el
preso que interpreta a Bruto se queda completamente bloqueado, con la mirada
perdida. Están preparando la muerte de César y Bruto señala que ellos no son
"carniceros", sino que "buscan justicia". Acaba de decir la
frase "¡Ojala pudiera arrebatar el espíritu al tirano sin abrir su pecho!".
El preso queda suspendido entre tres momentos y espacios: la cárcel, en cuyos
pasillos se encuentra físicamente; el universo de la Roma antigua, en el que
están planeando el asesinato de César; y su propio pasado, que llega a él como
un destello, como una epifanía. Les confiesa a sus compañeros que le ha llegado
un recuerdo de una situación en la que un compañero y él se iban a deshacer de
un tercero. "¡Dijo lo mismo!" —les dice a sus compañeros— "¡Con
otras palabras, pero dijo lo mismo. ¡Y ahora lo entiendo." El drama ha
recuperado su vida haciéndola visible en su sentido
distante, algo que no comprendió en su momento. Lo vivido no es necesariamente
lo comprendido. Se comprende después de
haber vivido, en la distancia, a través de la forma artística. Vivimos sin
comprender, viviendo. Comprendemos en
el Arte.
Hay
otro momento en el que dos de los presos, cuyos personajes disputan, conectan
la discusión con sus propias rencillas ante el estupor de todos, que ven
peligrar la obra. Lo que comenzó escrito por Shakespeare se continúa con las
líneas escritas por la vida misma, las que les llegan a la boca. "¡Eso no
está escrito en el libreto!", repite uno de ellos en la discusión, sin que
sirva para frenar al otro, que está reviviendo los agravios anteriores. La obra
desborda los escenarios e inunda la vida.
Con
motivo del estreno estos días de una película situada en las antípodas del cine
de los Taviani y de este filme en particular, el actor Sir Ben Kingsley —uno de
los villanos que aparecen en Iron Man 3—
es preguntado sobre la violencia del mundo y por los recientes atentados de
Boston:
Tuve el privilegio de interpretar a Hamlet en
la Royal Shakespeare Company, y él decía que había que reflejar la Naturaleza
en el espejo. Creo que al público le gusta que le cuenten historias que les
hablan a ellos, en su mundo y con sus problemas.
Shakespeare es
importantísimo para usted...
¡Es que siempre tiene razón! Allá donde
vayas, en cada capital del mundo, encontrarás una producción de Shakespeare.
Porque lo que no ha cambiado es ese modelo de comportamiento humano. Puedes ver
Hamlet hoy y nos verás a nosotros en
ella.*
El arte
grande es siempre espejo en el que mirarse, en el que reconocerse. La
inteligencia de los Taviani ha sido dejar que la obra se fundiera con la vida
desde la comprensión de los actores, vividores de sus propios dramas inexplicables.
Convertir
el mundo en una prisión-teatro para representar la muerte de la tiranía es una
metáfora fecunda. El grito de "¡Libertad!" de los presos-actores es
una ironía que los Taviani introducen magistralmente. Los tiranos mueren, se ganan
o pierden batallas, pero todos ellos regresan a sus celdas de la prisión con la
monotonía de siempre, como un ritual sin significado, eterno retorno de las
cadenas. El Gran Teatro es la Gran Cárcel.
Con la representación nunca han llegado a salir de los muros de la cárcel romana,
para ellos su universo; pero han soñado con otras vidas distantes en las que han aprendido. Solo durante unos segundos, el blanco y negro con el
que se nos muestran los ensayos en la cárcel se volverá color; ocurrirá con el gran póster que muestra el mar en una de las celdas, pared falseada cubierta de
espacios inalcanzables, falso paraíso, horizonte trucado y fraudulento. Gris del mundo, de sus muros, de sus fotos; color del teatro, color de la vida.
Las
últimas palabras que les escuchamos en la película son "Desde que conozco
el Arte, la celda es una prisión", palabras dichas ante nadie, destinadas
a nosotros, prisioneros de otras cárceles. Es el despertar de la conciencia. Y aquella celda en que son dichas se asemeja
extrañamente a cualquier otro pequeño apartamento en el que el preso se dispone, como
tantos otros ciudadanos del mundo, a prepararse un sencillo café.
* "Ben Kingsley, el Mandarín de 'Iron Man 3': «Los villanos siempre creen
tener la razón»". ABC
26/04/2013 http://www.abc.es/cultura/cine/20130426/abci-entrevista-kingsley-mandarin-iron-201304251706.html
* Joaquín Mª Aguirre es profesor de la UCM, crítico, editor de la revista de estudios literarios Espéculo y del blog El juego sin final. Su blog diario es Pisando charcos.
* Joaquín Mª Aguirre es profesor de la UCM, crítico, editor de la revista de estudios literarios Espéculo y del blog El juego sin final. Su blog diario es Pisando charcos.