miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mitologías de la verdad y la mentira

Maica Rivera*
Nuestra experiencia estética no es solamente agradable: también es valiosa. Nos lo enseñó con maestría C.S. Lewis, cuya obra de ficción es toda una reivindicación de la imaginación como vía de conocimiento. A él se lo mostraron, a su vez, los Inklings Owen Barfield y, por supuesto, J.R.R. Tolkien; y de ello queda prueba en el libro Dicción poética (1928) y el poema Mitopoeia (1988), respectivamente. Todos vienen a decirnos que en el corazón del mito, hay verdad, una verdad cognoscible, atemporal e intercultural, que devuelve al hombre a la esencia de la vida, en diferentes grados, y lo conecta con su dimensión trascendental mediante un juego de arquetipos radicalmente alejado de la mera fantasía y el vano escapismo.


Sin embargo, se han acallado las románticas voces de este trío excepcional. Siguiéndose las inercias de un materialismo ciego y feroz, se ha dado la espalda a su importante legado y corren malos tiempos para la imaginación. El escepticismo postmoderno que la degrada culmina con el mayor maltrato jamás vivido por ella: ahora es, sin remedio, sin matices y, lo peor de todo, sin previa consideración, exclusivamente la loca de la casa. Apenas nadie se para a pensar con la serenidad de C.S. Lewis sobre ese viaje maravilloso del mito a la verdad y, por tanto, tampoco es fácil encontrar con quien compartirlo como él lo hizo íntimamente con los suyos en el legendario pub The Eagle and Child (The Bird and Baby). Muy al contrario, la tendencia dominante en la actualidad es radicalmente opuesta. No se parte, en buena compañía y en aras de la actividad intelectual, de una supuesta mentira para alcanzar objetivamente lo arquetípico en la escalada del saber. Justo al revés: se viaja, en solitario y con gran pasividad, desde una supuesta verdad hasta la tendenciosa subjetividad del estereotipo, con los medios de comunicación como vehículo. Estos promocionan un recorrido vertiginoso cuya velocidad impide el correcto desarrollo de cualquier proceso reflexivo, engordándose cada vez más un círculo vicioso de estereotipación autocomplaciente de la realidad con vistas al espectáculo vacío, efímero y desprovisto de profundidad. Irremediablemente la puesta en escena de la información acaba prevaleciendo sobre el significado de los hechos, como aprecia Ignacio Ramonet en La explosión del periodismo, quien, además, acude a Albert Camus para acreditar que esta degradación de la situación comunicativa, vital por ende, viene de lejos porque “se quiere informar rápido en lugar de informar bien y la verdad no sale ganando con ello”. Por tanto, hoy es un revulsivo perfecto, a todos los niveles citados, la actitud lewisiana, la que nos invita a redescubrir dialécticamente y con calma “lo eterno sin disimulo”. 




* Maica Rivera es periodista cultural, redactora de la revista Leer. @maica_rivera  https://twitter.com/maica_rivera

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