Maica Rivera*
Nuestra experiencia estética no
es solamente agradable: también es valiosa. Nos lo enseñó con maestría C.S. Lewis,
cuya obra de ficción es toda una reivindicación de la imaginación como vía de
conocimiento. A él se lo mostraron, a su vez, los Inklings Owen Barfield y, por
supuesto, J.R.R. Tolkien; y de ello queda prueba en el libro Dicción poética (1928) y el poema Mitopoeia (1988), respectivamente. Todos
vienen a decirnos que en el corazón del mito, hay verdad, una verdad
cognoscible, atemporal e intercultural, que devuelve al hombre a la esencia de
la vida, en diferentes grados, y lo conecta con su dimensión trascendental
mediante un juego de arquetipos radicalmente alejado de la mera fantasía y el
vano escapismo.
Sin embargo, se han acallado las
románticas voces de este trío excepcional. Siguiéndose las inercias de un
materialismo ciego y feroz, se ha dado la espalda a su importante legado y corren
malos tiempos para la imaginación. El escepticismo postmoderno que la degrada
culmina con el mayor maltrato jamás vivido por ella: ahora es, sin remedio, sin
matices y, lo peor de todo, sin previa consideración, exclusivamente la loca de
la casa. Apenas nadie se para a pensar con la serenidad de C.S. Lewis sobre ese
viaje maravilloso del mito a la verdad y, por tanto, tampoco es fácil encontrar
con quien compartirlo como él lo hizo íntimamente con los suyos en el
legendario pub The Eagle and Child (The Bird and Baby). Muy al contrario, la
tendencia dominante en la actualidad es radicalmente opuesta. No se parte, en
buena compañía y en aras de la actividad intelectual, de una supuesta mentira para
alcanzar objetivamente lo arquetípico en la escalada del saber. Justo al revés:
se viaja, en solitario y con gran pasividad, desde una supuesta verdad hasta la
tendenciosa subjetividad del estereotipo, con los medios de comunicación como
vehículo. Estos promocionan un recorrido vertiginoso cuya velocidad impide el
correcto desarrollo de cualquier proceso reflexivo, engordándose cada vez más un
círculo vicioso de estereotipación autocomplaciente de la realidad con vistas al
espectáculo vacío, efímero y desprovisto de profundidad. Irremediablemente la
puesta en escena de la información acaba prevaleciendo sobre el significado de
los hechos, como aprecia Ignacio Ramonet en La
explosión del periodismo, quien, además, acude a Albert Camus para
acreditar que esta degradación de la situación comunicativa, vital por ende,
viene de lejos porque “se quiere informar rápido en lugar de informar bien y la
verdad no sale ganando con ello”. Por tanto, hoy es un revulsivo perfecto, a
todos los niveles citados, la actitud lewisiana, la que nos invita a
redescubrir dialécticamente y con calma “lo eterno sin disimulo”.
* Maica Rivera es periodista cultural, redactora de la revista Leer. @maica_rivera https://twitter.com/maica_rivera
¡Bravo, enhorabuena!
ResponderEliminar¡Enhorabuena!! ¡Cuánta razón!!! ¡Me encanta!
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