Maica Rivera*
“Tienes que matar a Paul Auster”. Diciendo esto, mi
querido maestro Joaquín Aguirre me puso la pistola en la mano. Fue hace algunos
años, cuando Auster aún no era Príncipe de Asturias y todos nos las prometíamos
mucho más felices. Eran tiempos en los que una sola palabra suya bastaba para
sanar todas las heridas provocadas con anterioridad por cualquier bestseller de
trapillo; incluso las causadas por la destructiva prosa de Paulo Coelho,
potencialmente irreversibles. Por supuesto, Blue in the Face y Lulu on The
Bridge no ayudaron demasiado a las infructuosas tentativas de exorcismo. Paul había venido desde la Ciudad de Cristal para
quedarse. Yo le había invocado en tantas ocasiones que ya no quería irse y amenazaba
con permanecer conmigo para siempre.
En fin, en aquel momento, no cabía otra posibilidad:
o él o yo. Tras haber deambulado por El País de las Últimas Cosas, perseguido Fantasmas
por Nueva York, levitado con Mr. Vértigo, experimentado con la verdad A Salto
de mata… me jugaba el quedar condenada a viajar eternamente por un Scriptorium ajeno,
en un círculo vicioso de amor y odio.
Ahogada para siempre en la angustia de las
influencias… ¿acaso hay mayor humillación para el genio romántico? Cada noche,
el espíritu de Byron se me aparecía a los pies de la cama para recordarme que
su perro tenía más agallas. Y por las mañanas, el espejo del baño me devolvía
la mirada de su esbirro, el pobre Polidori, reclamándome para un terrible ejército de sombras y oscuros
copistas.
Ni siquiera la purificación a través de los grandes
clásicos tuvo su efecto para paliar mi tragedia: las máscaras griegas caían y Auster
aparecía tras ellas. Y Shakespeare me conducía una y otra vez ante la presencia
de Harold Bloom y acababa siendo peor el remedio que la enfermedad.
Así que, disparé. Lo maté, y lloré como Electra. Y
se lo conté a Joaquín, como Nietzsche: “Auster ha muerto”. Eso pensábamos
todos. Pero Brooklyn Follies le sacó de la tumba. Vino directo a por mi
cerebro, me mordió y me contagió. Paul Auster me zombificó a su imagen y
semejanza en el Hotel Existencia. Pero hoy puedo decir con orgullo que
sobreviví a la guerra tras largas batallas. No es un triunfo menor en estos
tiempos infames de postmodernitos más intertextuales que intelectuales. He de
reconocer, claro, que me lo puso fácil con Un hombre en la oscuridad. Aunque
confieso que casi recaigo con Diario de invierno… Es dura, muy dura, la vida
del plumilla mitómano.
*Maica Rivera
es periodista cultural, redactora de la revista Leer.
@maica_rivera https://twitter.com/maica_rivera
me encanto!
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