Joaquín
Mª Aguirre (UCM)*
En
estos días los titulares de la prensa han resaltado la "superación"
del llamado "Test de Turing" por parte de una máquina. El Test de
Turing es aplicable a cualquier ordenador y es sencillo pues no requiere más
que unos humanos que no sean capaces de distinguir si aquel al que interrogan
es una máquina o un ser humano. El test, por decirlo así, somos nosotros, filtro por el que ha de pasar
la máquina para recibir el certificado de "inteligente". La máquina
es interrogada por escrito hasta que nuestro veredicto sea si estamos ante una
máquina o un ser humano.
Si hay
una definición complicada (muchas lo son) es la de "inteligencia" por
dos motivos: primero, porque nos afecta y, en segundo lugar, porque nos usamos
como medida para establecer la de otros. El hecho de que sin tener claro lo
primero (qué es la inteligencia) podamos establecer lo segundo (el grado de
inteligencia animal o artificial) se vuelve entonces problemático en las dos direcciones.
Existen muchas definiciones de "inteligencia" manejando múltiples
factores, desde biológicos a educativos o ambientales. Por el mismo motivo,
existen suficientes discrepancias y desacuerdos en los modelos aceptados por
unos u otros. "Inteligencia" no es algo aislado, sino que se
demuestra en las formas de actuación o comportamiento. No se es inteligente; se demuestra
inteligencia. Por eso no hay que hacerse análisis, sino pasar pruebas o test
como el de Turing o de cualquier otro tipo. Eso significa que el tipo de prueba
es determinante de los resultados posibles y de las divergencias entre los que
diseñan unos y otros, según lo que midan. Una teoría que ponga énfasis en unos
aspectos considerándolos claves de la inteligencia, será eso lo que mida. Puede
que otros valoren otros distintos y así nos encontramos con esa unidad
"teoría-medida" a la que cada uno se adscribe.
El Test
de Turing no trata de medir la inteligencia de la máquina. Se limita a señalar
que si nosotros somos la medida de todas las cosas, también lo seremos como
evaluadores de la inteligencia. No hace falta más prueba que el que no sepamos
distinguir si somos humanos o máquinas. Aquí se produce una identidad entre
"humano" e "inteligente" que permite a la máquina ser
inteligente si parece humana, es decir, si estamos convencidos de ello.
Por eso
no acabamos de entender los reparos que algunos ponen a la máquina que ha
conseguido ser indistinguible para una parte de los jurados. La máquina se ha
desarrollado con un fin, pasar el test, algo que puede ser considerado como "su"
objetivo vital de supervivencia. Los esfuerzos de sus programadores no estaban
centrados en hacer una "máquina inteligente", sino en hacer una
máquina que fuera indistinguible por los jurados:
“Nuestra primera idea -asegura Vladimir
Veselov, uno de los programadores de Eugene Goostman- es que él pudiera decir
que lo sabía todo, pero su edad hace que el hecho de no saberlo todo sea algo
perfectamente razonable. Nos llevó un montón de tiempo desarrollar un personaje
con una personalidad que fuera creíble”.
Por supuesto, el éxito de la prueba no ha
tardado en suscitar controversias. Algunos expertos han tachado de “exagerado”
el anuncio de los organizadores del evento, alegando que los programadores
“utilizaron el sentido del humor” y la edad del personaje para que Eugene
pudiera confundir a sus examinadores y ocultar sus tendencias no humanas.
Con todo, Eugene Goostman ha logrado
convencer a muchos de que nació en Odessa (Ucrania), hace 13 años, de que su
padre es ginecólogo y de que tiene a una cobaya por mascota. A lo largo de su
existencia, Goostman ha sido sometido al test de Turing en varias ocasiones. Ya
estuvo cerca de superarlo en 2001, 2005 y 2008. Y en 2012 logró convencer de su
“humanidad” al 29 por ciento de los jueces que le examinaron durante una
competición, que ganó contra otros cinco competidores artificiales. [1]
Acertaron
los programadores en su estrategia: lo primero no es hacer una máquina muy
lista, sino una máquina creíble. Por eso empezaron por fabricarse un personaje
—el joven ucraniano de 13 años, Eugene Goostman— y escribirle un guión
adecuado. Todos somos hijos de nuestra historia, es decir, estamos moldeados
por nuestras experiencias vitales que nos van tallando. Por lo tanto, lo
primero que necesitaba "Eugene" era "vida" porque es de
esas experiencias de donde deberían salir sus reacciones, sus respuestas a las preguntas.
Tenemos
el prejuicio de que una máquina inteligente es un artefacto lleno de
conocimientos. Eso no es más que un deseo de nuestra frustración, una
idealización del conocimiento. Una máquina humanamente inteligente es una que
se nos asemeja en las limitaciones y formas de reaccionar, por eso el hecho de
ser indistinguible es lo que Turing consideró decisivo: si conseguía convencer
de que no era una máquina a un 30 por ciento de los examinadores, se podía dar
por buena.
En términos
de memoria, los ordenadores tienden a acumular información en la memoria
"semántica" y en la "procedimental" —datos sobre el mundo y
sobre cómo realizar operaciones— porque son las que nos resultan más útiles.
Sin embargo, las máquinas carecen de una "memoria episódica", que es
la que da unidad y entidad al "yo". La memoria episódica es nuestra
propia vida, el recuerdo de acciones, reacciones y emociones, más allá de lo
estadístico. Por eso no tiene nada de particular que los programadores de
Eugene Goostman hayan comenzado por crearle una personalidad precisa con sus
detalles más precisos. Son esos detalles los que apuntalan sus reacciones de
hoy y le hacen convincente. Somos animales históricos; tenemos una coherencia
generada en nuestro propio devenir.
La
queja de los críticos de que usaron el "sentido del humor" es absurda
porque es algo específicamente humano (y puede que alguna otra especie). Desde
un punto de vista lógico y estratégico, todo lo que sirviera para que lo
confundieran con humano es humano. Podían haber hecho un personaje agresivo y
mal hablado, mordaz, etc., o haber elegido la estrategia de crear un personaje
mentiroso, y hubieran sido igualmente humanos. ¿Acaso no hay gente así,
mentirosa y agresiva? Lo importante es la coherencia con su propia historia,
que sepa lo que deba saber en
términos relativos a su propio devenir. Lograrlo es un gran reto intelectual y
un enorme logro, como lo es escribir un personaje —un Hamlet, una Lady Macbeth—
del que se pueda decir que es humano, el sentido artístico de creíble y
coherente. Cuando no nos creemos un personaje sobre las tablas de un escenario decimos
que es muy "artificial". El "Eugene Goostman" programado,
en cambio, es natural.
Lo
interesante del Test de Turing —de cara al futuro, cuando los programas estén más
perfeccionados— será ver qué ocurre cuando los jueces del test comiencen a
señalar mayoritariamente a los humanos que participan en la prueba como
máquinas, concediendo mayor credibilidad a los ordenadores, es decir, que las
personalidades programadas nos lleguen a parecer más naturales que las reales.
No sé qué dirán los críticos entonces.
[1] "Un ordenador pasa por primera vez el test de Turing y convence a los
jueces de que es humano" ABC-blogs "El Blog. Ciencia y
Tecnología" http://abcblogs.abc.es/nieves/public/post/un-ordenador-pasa-por-primera-vez-el-test-de-turing-y-convence-a-los-jueces-de-que-es-humano-16362.asp/
* Joaquín Mª Aguirre es profesor de la UCM, crítico, editor de la revista de estudios literarios Espéculo y del blog El juego sin final. Su blog diario es Pisando charcos.
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