Joaquín Mª Aguirre (UCM)**
Hace unos días tuvimos ocasión de ver en nuestro seminario
de trabajo doctoral una notable película, una película de esas que pasan
desapercibidas para el gran público. Se trata de la película del director
norteamericano de origen chino, Wayne Wang, y su título es "Mil años de
oración" (A Thousand Years of Good
Prayers 2007). En España, mereció la Concha de Oro del Festival de San
Sebastián, de lo cual me alegro mucho.
A diferencia de otras películas muy comerciales de Wang,
"Mil años de oración" es una pequeña joya intimista —así la
calificaron con razón algunos críticos— basada en un relato de la escritora
china, también afincada en los Estados Unidos, Yiyun Li. Entre sus grandes
producciones de Hollywood (Sucedió en
Manhattan, El club de la buena estrella, Las últimas vacaciones, etc.),
Wang introduce algunas piezas independientes como la también celebrada y
premiada Smoke (1995) para la que contó con material literario de Paul Auster.
Nos muestra así la doble cara de un cineasta que, como muchos otros, se
embarcan en los proyectos de la industria y salvan su alma mediante estas
películas en las que puede expresar otro tipo de cosas.
En este caso, el de Mil
años de oración, Wang contó con el material literario de la escritora china
Yiyun Li (contó con ella para La princesa de Nebraska, 2008), quien tiene una
gran valoración por parte de la crítica norteamericana que la considerada una
autora relevante de su generación. Li llegó a Estados Unidos para estudiar
Ciencias y se decantó por la Literatura, que también es una forma de ver el
mundo, pero desde las irregularidades universales. Yiyun Li realizó el guión de
la película, una magistral descripción, a través de detalles, palabras y
silencios de las relaciones entre una hija, Yilan, y su padre que va a visitarla
a los Estados Unidos después del divorcio de ella tras doce años de no verse.
De todos los riquísimos contenidos y motivos de reflexión,
me interesa resaltar aquí el que se refiere al problema del lenguaje tal como
es expresado a través de la comunicación entre el padre, portador de una visión
del mundo, y la hija sufridora de esa visión paterna y superviviente a través
de la distancia.
En uno de los momentos cumbre de la película el diálogo se
centra en la distancia enorme entre lo que ella puede expresar en su lengua
natal, el chino, y lo que puede expresar en su lengua cotidiana adoptada, el
inglés.
El trabajo magistral de los dos actores (Henry O, el padre,
y Faye Lu, la hija) permite comprender el cambio que ambos experimentan cuando
usan el idioma que no es el suyo. Allí donde el padre usa un inglés imperfecto,
que tiene que recurrir al gesto, a la onomatopeya para ser medianamente
entendido, la hija se comporta de una manera muy distinta. Hasta la risa le
cambia a Yilan cuando habla en inglés por teléfono, detalle que no se le
escapara a su padre, quien la calificará como "risa obscena".
Evidentemente no se trata de que el idioma chino tenga
dificultades para mostrar los sentimientos o establecer la comunicación. Toda
la película nos muestra el esfuerzo real de las personas por comunicarse con
los de otras lenguas y nos muestra cómo tienen problemas comunes con sus
familias respectivas. Les es más fácil comunicarse con extraños que con los más
próximos.
En la película, el caso más evidente es el personaje de
"Madam", una mujer mayor iraní que chapurrea algo de inglés, pero que
se dirige al padre de Yilan en farsi, de la misma manera que él se dirige a
ella en chino cuando les faltan las palabras en inglés.
El minucioso trabajo de recopilar las palabras que no
entiende escribiéndolas en su pequeña libreta nos muestra la voluntad comunicadora
del señor Shi, el padre de Yilan. Los primeros planos de la película nos lo
muestran con las amistades que ha hecho en el avión deurante el viaje a los
Estados Unidos y el último nos lo muestra explicando sus fantasías en un tren a
su compañera de viaje. El señor Shi es un gran comunicador... menos con su hija
Yilan y su difunta esposa. En su vida comunicativa familiar solo ha levantado
barreras y sembrado mentiras, impostura y fingimiento.
La lengua sirve de excusa para mostrar que la callada Yilan
solo lo es ante su padre. No es la lengua, sino la lengua encarnada, la lengua
viva que se cristaliza en las relaciones entre las personas delimitando las
formas y posibilidades de comunicación entre ellas. Como ella explica muy bien
a su padre, el hecho de no poder hablar de sus sentimientos con él ha hecho que
le sea más fácil expresarlos en una lengua nueva, lejos de las cortapisas que
las relaciones familiares le imponían.
Cuando Yilan recibe llamadas, se encierra en su cuarto
porque la mirada del padre es ya un obstáculo para poder expresar sus
sentimientos. En este sentido, la película es un ejercicio magistral de
demostración de que la lengua es algo más que las palabras, que los diccionario
son abstracciones de la vida y que las palabras y la forma de comunicarlas
forman una unidad pragmática.
Frente a lenguaje explicado como código lingüístico, la
Pragmática trata de establecer las condiciones contextuales en las que se da la
comunicación. A la estabilidad de la gramática, que garantiza la legibilidad
por la cohesión del discurso, la semántica empieza a tener variaciones con el
uso de los sujetos para quienes las palabras pueden tener vinculados sentidos
peculiares, especiales en función de su experiencia. Pero más allá de esto,
están los hablantes enfrentados.
El diálogo es diferente en cada situación y muchas de ellas
son traumáticas, como ocurre en el caso de Yilan y el señor Shi, su padre. Toda
palabra está cargada entonces de las circunstancias de la vida entera; sobre
cada sonido caen los ecos de las palabras dichas en situaciones que la memoria
evoca en un ejercicio automático de recuperación, muchas veces involuntario. En
diálogo, la comunicación, se realiza bajo tensión.
Es el peculiar oído del escritor y del actor en estos casos
el que puede convertir el diálogo de un relato en un acto de realidad, de
autenticidad lingüística si más allá de la norma de la lengua logra plasmar en
las palabras la encarnación de sus personajes, de sus historias y motivos. Hay
un diálogo trivial en el que solo pretendemos hacernos ver ante los otros y no
mostrar nada, pero hay otras situaciones en las que el acto comunicativo —en el
que el cuerpo acompaña al sonido en su tensión, porque el cuerpo responde antes
que la mente consciente— se convierte en espacio traumático en el que
desembocan los ríos de toda una vida de conflictos reprimidos, de sentimientos
escondidos. "No te quiero herir", es la frase —que aparece en la
película— que se dice después de ser pensada
millones de veces.
La escritora Yiyun Li |
Me interesaban sobre manera las respuestas de mis
estudiantes chinos ante la película. Después de verla se suscito un animado
debate y pudimos escarbar en lo que hay tras las palabras. Ellos también tienen
un lenguaje nuevo en el que expresar emociones nuevas o las que tenían antes y
no podían expresar en el propio, como en el caso de Yilan y su padre. Durante
la película pude escuchar risas en muchos momentos de ironía, momentos del
desvelamiento de la figura del padre y también silencios profundos en los
momentos en los que afloraban los dramas de la debilidad descubierta, de las
falsedades repetidas una y otra vez porque es el papel que se elige o te
imponen para representar. Dice Yilan en la película que si las familias fueran
felices no existiría la literatura tradicional china. Probablemente la de
ningún lugar. El gran misterio es porque las relaciones con las personas que
amas se acaban convirtiendo en traumáticas y los roles familiares acaban
construyendo muros insalvables a los que solo la distancia pone algún pobre
remedio. Sí, los literatos tienen mucho material a su disposición en todas las
culturas.
La fluidez de la comunicación debería avanzar frente a la
rigidez de los papeles familiares. Las nuevas generaciones viven el impacto de
esas distancias que los roles imponen. Hablar —y hacerlo sinceramente— no es
siempre posible. El mundo cambia muy deprisa los roles familiares no tanto
porque se reproduce el modelo aprendido. Y con él, las distancias.
Les he pedido que escriban sus ideas sobre esta película y
así volcar en palabras lo que les parece. Así aprenderé yo de ellos todas esas
cosas que se nos quedan en los ángulos muertos de la ceguera cultural, que son
muchas. En el coloquio, algunas personas que habitualmente hablan poco, esta
vez hablaron mucho.
* Este texto ha sido publicado el 20/09/2015 en Pisando charcos.
** Joaquín Mª Aguirre es profesor de la UCM, crítico, editor de la revista de estudios literarios Espéculo y del blog El juego sin final. Su blog diario es Pisando charcos.
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